CASA FELIPA | FELIPA HOUSE
Rehabilitación de vivienda unifamiliar
2019 | Casas de Pradas – Venta del Moro (Valencia)
Rehabilitación de vivienda unifamiliar
2019 | Casas de Pradas – Venta del Moro (Valencia)
Texto | Words
Claramente vivimos en dos países, uno urbano y otro rural. Las tensiones urbanas que sufren las ciudades, nada tienen que ver con el mundo rural. En una hora en coche desde Valencia, llegamos a la aldea de Casas de Pradas, un lugar con dinámicas y problemas tan diferente como la noche y el día.
No lo sabemos con certeza, pero quizá la vida de Felipa fue la vida normal de una mujer de aldea. Una mujer que trabajó hasta la extenuación en la siega bajo el sol cruel del verano, que tuvo que levantarse a mitad noche para dar de comer a la caballería, que tuvo que vendimiar cepas chorreantes de rocío mañanero, que coleccionó hernias como un desagradable souvenir de un trabajo duro como pocos y que, en su madurez, tuvo que cuidar de padres y, en su vejez, de nietos.
El paisaje era duro, áspero, a veces indomable. Había que recurrir a los diosecillos locales para que trajeran lluvia o evitaran el granizo.
Por el contrario, su casa era su refugio, con su parte de enseñar y su parte de hacer. Seguramente, heredada en esas particiones salomónicas entre hermanos, que hacía que las casas compartieran músculos y huesos.
Una casa oscura, mínima, frugal, con más parte para los animales que para las personas. Con ampliaciones intuitivas que, como abrigo sobre abrigo, iban enterrando en la oscuridad el humilde salón interior.
El desarrollismo y la mecanización del campo forzó a la prole de Felipa a salir, y a ir olvidándose de medrar en esta tierra. Este olvido, este dejar atrás esta vida dura, dejó en una lenta agonía su casa, que se fue disolviendo, del mismo modo que se disuelven los recuerdos.
Un par de generaciones después, nos hemos dado cuenta de la pérdida cultural que supone el vaciado del campo, de que necesitamos el paisaje y de que hemos perdido una manera de vivir más cercana a nuestra naturaleza.
Por ello, volvemos a mirar al campo hambrientos, con ganas de tocarlo, olerlo y comerlo.
La casa de Felipa se convierte ahora en una casa de bienvenida, adaptada a una visión contemporánea del habitar, que realiza un gesto heroico para atraer el paisaje a su interior, y que devuelve a la aldea una visión más alegre de la vida.
El proyecto vacía el interior de la vivienda, eliminando particiones y forjados en lento riesgo de colapso y dejando la cáscara pétrea de medianeras y fachada.
Durante el derribo interior se comprueba que algunos tramos de medianeras no eran portantes, por lo que se trasdosa con un muro de bloque cerámico que asume dicha función.
Estos tres muros quedan atados mediante la cubierta de madera inclinada, que, como un sombrero, se levanta para atraer los rayos de sol al interior.
El recorrido de la vivienda comienza desde la calle de abajo donde, a través de un nuevo patio, se accede al interior. El plano del suelo, como una topografía, va generando situaciones de uso y estancia hasta llegar al vacío central donde se ubican las pasarelas que conectan las plataformas.
Las plataformas, ligeras, se entienden como esa pauta espacial, ese artilugio mínimo necesario, para poder albergar funciones. Nuevos usos aparecen, ¿se hubiera podido imaginar Felipa una sala de autocuidado (baño-spa)? Quizá, que lo podamos imaginar ahora nosotros, es un éxito.
Finalmente llegamos a la terraza superior, un lugar donde contemplar las vistas y respirar.
Y es que la vivienda es, en cierto modo, un recorrido. Un recorrido hacia el exterior, las vistas, hacia el paisaje, hacia los amaneceres brumosos y hacia los atardeceres lilas. Pero también un recorrido hacia nuestra cultura, hacia nuestro relato y hacia el interior de nosotros mismos.
Texto: Alejandro García Pedrón
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We live in two countries: one urban, one rural. Just an hour from Valencia lies the hamlet of Casas de Pradas, whose rhythms and challenges are as different from the city as night from day.
Felipa’s life was the archetype of a village woman—working to exhaustion under the summer sun, tending animals before dawn, harvesting vines with morning dew, caring for parents and later grandchildren. The land was rugged and often unyielding; the home, a modest refuge—dark, frugal, and shared with livestock—expanded over generations through intuitive, makeshift additions.
Development and mechanization drove her children away, leaving the house to slowly dissolve, as memories do. Only now, generations later, do we recognize the cultural loss of the emptied countryside, and feel the urge to return, to touch, smell, and inhabit the landscape once again.
The project reimagines Felipa’s home as a welcoming house, opening itself to the landscape while embracing contemporary ways of living. The interior is entirely cleared, removing failing partitions and floors, leaving the stone shell of party walls and façade. A new ceramic block wall reinforces the structure, bound together by an inclined timber roof that lifts like a hat to draw in sunlight.
The spatial journey begins at the lower street, through a new courtyard, unfolding over a topographic floor that creates varied places for pause and gathering. Light platforms and connecting walkways host essential functions, while new uses emerge—spaces for self-care, social life, and contemplation.
The route culminates at the upper terrace, a place to breathe and gaze over the misty sunrises and lilac sunsets. In this way, the house becomes more than shelter: it is both a path into the landscape and a return to our culture, our stories, and ourselves.
Planimetría | Drawings